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Para los amantes del arte, de la producción, contribución, el sentir, la reciprocidad.; el propio manifiesto de las palabras, su hacerse contemplativo y la lectura de ideas. Un espacio para encontrarse, reencontrarse y perderse en el retorno. Un lugar ideado para la expresión sin condicionamientos ni tabúes...

sábado, 2 de octubre de 2010

El rastro del descubrimiento. Reseña de la obra de Héctor Torres titulada: "La huella del Bisonte"



La soledad se entacona de garantías y sale a desfilar sus encantos nocturnos por las calles de una ciudad decorada en sombras donde el tiempo no detiene su andar de caderas libidinosas cuando se desnuda profano, ilícito, y el vergel de los años reclama una candidez lastimosa en una tórrida aventura donde el amor es efímero y la inocencia un arma silenciosa que hala el gatillo desdoblándose en ansiedades, agonías.

No existe intimidación sensual más excitante que la soledad, esa compañera infiel de todos los pecados por los cuales se es capaz de perder la cabeza y dejar que la demencia tome las riendas del destino usurpando sensibilidades por fantasías masturbadoras.; hasta llegado el momento en que la realidad reclama su puesto despertando del dulce sueño de la infancia. Mirarse al espejo, tocarse, palparse distinta es el primer indicador de lo que se está perdiendo y ese nuevo “yo” que aúlla impaciente por salir de ese cuerpo que le es en tiempo presente pretéritamente extraño, ajeno.

La Huella del Bisonte, del escritor venezolano Héctor torres (Norma, 2008), nos revela ese acercamiento vertiginoso del adulto hacia la precocidad íntima de la mujer, ésa que se va develando en la adolescencia cuando comienza a brotar nuevas sensaciones y necesidades de atención, libertad, curiosidad y experiencias prohibidas expuestas a las pruebas de la vida, al poder de la atracción bajo el telón de lo inofensivo como escenografía insinuante de la rebeldía sexual, los caprichos y la candidez de la orfandad como llamado de afecto y que por azares de un poder vencido esa compañía fugaz del hombre adulto comienza a desvanecerse, a tornarse aburrida agotando así los cartuchos de conocimientos y exploraciones que sobre la emoción se tenía, muriendo en su propio bostezo de lo impredecible que resulta el universo de las féminas adolescentes cuando se desencantan del momento.

En esta obra convergen historias interrelacionadas entre sí a través de un mismo hilo conductor: la soledad; el sentirse ermitaño, exiliado, en ese mundo arisco de las pasiones monótonas, de los cuerpos repetidos en espasmos, desencantados, vacíos, donde la ciudad es una radiografía de escape y sus personajes los que nacen, mueren o resucitan en ella. Los prejuicios resultan una bomba de tiempo que tarde o temprano habría de estallar volando en pedazos o escombros cualquier tipo de predisposición que actuase como armadura de límites y defensas.

El sexo siempre es una transgresión de la carne mas no del espíritu y en manos de las adolescentes resulta letal, mortífero. Es así como en esta historia se narra cómo Mario quien convive entre faldas jóvenes se ve seducido por dos pasiones disímiles: hacia su hija Gabriela y el despecho de recuperarla siempre en tiempo pasado y el de Karla quien actúa como detonante de sus pasiones mediante el empleo de esos juegos traviesos de niña-mujer que ensordecerían a cualquier hombre; suficiente mérito para que el miedo ceda resistencia y se aventure hacia el botón del placer donde le aguarda las imágenes del recuerdo y el hastío avejentado de su acoso. Es así como el erotismo se convierte en una reflexión en tránsito, una bocina que alerta la ruta a seguir cuando los caminos se encuentran colapsados y más allá yace el precipicio.

El autor se encarga delicadamente de tratar el tema del erotismo no como una copiosa alegoría del sexo, sino de cómo éste juega un papel importante en el descubrimiento febril de las adolescentes. Por tanto, la realidad no es más que el reflejo de la ficción y viceversa; alternado roles en los que la sumisión y el atrevimiento caminan tomados de la mano. Si el tiempo no detiene su curso y hace girar las manecillas de dudas y temores en torno a sus personajes, entonces es preciso volver a darle cuerda para que otra historia comience a escribirse mientras se va borrando la antecedente. La referencia está en que “se ha vivido, con sus hazañas y torpezas, pero se ha vivido sin la penosa costumbre del temprano arrepentimiento” Y en la excitación sosegada todas las puertas se abren, disimulan sus feroces apetitos de alzarse en portazos cuando todo o nada se ha perdido.

Es el lector quien habría de encargarse de hacer de esta historia su curiosidad inquietante; su asomo a través de la celosía que ofrendan sus protagonistas, los infatigables héroes de las derrotas.