BIENVENIDOS

Para los amantes del arte, de la producción, contribución, el sentir, la reciprocidad.; el propio manifiesto de las palabras, su hacerse contemplativo y la lectura de ideas. Un espacio para encontrarse, reencontrarse y perderse en el retorno. Un lugar ideado para la expresión sin condicionamientos ni tabúes...

domingo, 12 de junio de 2011

Cuando reirnos ya no tiene gracia. ¡Apagón, apagón!



1:40AM. El sonido del ventilador anuncia la llegada de la luz.


Increible que estas cosas pasen. No, -corrijo- debo ser más honesta y pasar del asombro a la certeza de que en este país la crisis es la única instancia social que no nos abandona.


Desde ayer, a tempranas horas de la noche, la intermitencia eléctrica anunciaba lo que finalmente sucedió a pesar de la primicia que ya se propagaba en las bocas virtuales de los buenos amigos de la 2.0: La luz se iría y con ella la ilusión de pasar un fin de semana feliz y apacible a solas o en compañía de los seres queridos. Resulta lamentable darme cuenta de que en este país la vida social se reduce a fijar nuestra atención en las calamidades que día y noche el gobierno nos recuerda con sus nulos sospechosos de siempre. Imposible no rememorar bonanzas pasadas cuyas imágenes aparecen en blanco y negro, difusas, como migrañas taladrantes para el corazón de una esperanza que ahora tose, maldice, reclama. Años de inmutables conformismos, cheverismos y hospedadas vergüenzas al momento de defender nuestros derechos cuando son amenazados y no cuando tenemos la soga al cuello, pasaron a cobrarnos facturas con intereses de mora que no terminamos de cancelar porque la conciencia es siempre nuestra primera y última deudora. Olvidamos que los pagarés de la desidia tienen fecha de vencimiento y que sólo nos damos cuenta de ello cuando sus recibos de pago nos abofetean.


La falla eléctrica no es novedad, eso no es ningún secreto, pero ésta no es casual y en eso deberíamos enfocarnos. Pero como lo malo tiene sabor protagónico, egocentrista y más en la tierra del sol amada, la gente comienza a acostumbrarse a narrar dicha experiencia como si fuese un chiste apocalíptico en el que se exagera aún más sus dotes ficcionales con el fin de captar la atención de sus interlocutores; es así como las personas empiezan a conformarse con una nueva pérdida del derecho ciudadano de manera tal que la hacen parte de su vida convirtiéndola en una no muy agradable anécdota que se festeja, aplaude, carcajea hasta terminar borrachos de su licor amnésico como así sucedió con el paro petrolero.


No obstante, el éxito del chiste radica en la brevedad, originalidad y tono simpático, ocurrente del que lo cuenta. Me pregunto ¿Cuándo nos daremos cuenta que esta clase de cuentos ya pierden su gracia por lo extenso, repetido y bochornoso del asunto? ¿Cuándo esta parodia de país en el que vivimos nos conducirá a la reflexión superando la incidencia burlesca que poco y nada ha resuelto? Ya es hora de dejar de reirnos de nosotros mismos.


Lo malo de ayer, hoy, mañana, lo de siempre, debe asquearnos, darnos grimita. Con la falla eléctrica nuestra oscuridad interior debe iluminarse; el insomnio debería pedalear mejores ideas y sentimientos, algunos de ellos voluntariosos, otros más nostálgicos aunque llenos, multiplicados de cavilaciones. Y mientras el golpe de sudor corre por la sien, mientras me asomo en cueros por la ventana sin importarme que otros sean testigos de mi desnudez; mientras observo cómo otras familias siguen a oscuras pasando una noche transpirada de impotencias, continúo mi recorrido en bicicleta por esos rincones de la mente donde un apagón signifique algo más que el monólogo de un mal chiste.