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Para los amantes del arte, de la producción, contribución, el sentir, la reciprocidad.; el propio manifiesto de las palabras, su hacerse contemplativo y la lectura de ideas. Un espacio para encontrarse, reencontrarse y perderse en el retorno. Un lugar ideado para la expresión sin condicionamientos ni tabúes...

jueves, 25 de agosto de 2011

Una panorámica del cuento


Hoy (que puede ser cualquier día, valga la cuña de los adverbios para construir enunciados que se hallan aquí, ahí, allá, en todas partes), tuve la ocasión de volver a ver “Nueve reinas”. Un film argentino dirigido por Javier Bielinsky y que trata sobre el arte del timo llevado a cabo por dos sujetos –Juan y Marcos- como modus operandi para sobrevivir a los distintos escenarios que construye la vida intentando con cada estafa salir ilesos de sus transitares y trueques citadinos. Una producción cinematográfica donde las acciones se multiplican por la intervención inédita, sorpresiva, de sus personajes; una película donde el lenguaje se toma su tiempo para calibrar cada secuencia de los hechos que en su estructura va tejiendo una inmediatez avasallante cuyas acciones se conjugan en un verbo de acosos y obsesiones.
Y no podía ser de otra manera: el lenguaje de la vida, su transcripción paradójica y urbana, factura día tras día sucesos fraudulentos que se hallan agazapados en cada uno de los rincones de la ciudad esperando su cruenta embestida; alianzas ladinas donde el mejor disfraz es fingir que no pasa nada, mendigar la caridad de los que sufren el síndrome de la “vergüenza ajena” o adoptando una postura victimaria, exasperante para acorralar, persuadir al otro convirtiéndolo en cómplice de un negocio redondo donde el más astuto sobrevive y el menos audaz sirve de carnada.
Javier Bielinsky a través de la observación, de esa mirada caleidoscópica de todo cuanto se halla alrededor escaneando las intenciones, los sentires, el lenguaje corporal y gestual de los que transitan con predisposición el universo de lo cotidiano donde el roce de algún detalle marca el inicio o término de una historia, va describiendo con mesura y precisión un relato cenestésico en el que la vida de distintos personajes se va entramando en una red de complicidades clandestinas que en cada escena, sus diálogos y magistrales sentencias idean una coartada ficcional en la que, como los grandes jugadores de póker, el desenlace sólo se conoce cuando las cartas ya están puestas sobre la mesa. Y la audiencia –como me sucedió a mí como lectora- sólo sirvió de cebo para darle forma y contenido a la experiencia; esa historia que termina perteneciéndonos porque sin darnos cuenta nos sumerge en ella uniéndonos al misterioso destino de unos personajes cuyas acciones hacen la función (y fusión) de un oráculo.
Cada secuencia de los hechos, cada giro inesperado de la trama constituye una súbita modificación del guión, dando origen a una nueva historia que por momentos pareciera que volviese a empezar, pero que desde el meollo mismo del conflicto se trata de un hecho relatado en un presente que se vislumbra distante, apartado; mientras el futuro está por sucederse en una instancia próxima al pasado, creando así una atmósfera de tensión, suspenso, conmoción en la conciencia cinéfila de quienes están convencidos de tener todos los aces bajo la manga para asaltar el final y, acto siguiente, les cambian la partida.
Al levantarme de mi butaca, tuve la sensación de haber sido despojada de algo que me pertenecía pero que a ciencia cierta no sabía explicar qué era. Luego, comencé a sospechar de todo cuanto me rodeaba y que había sido cómplice de mi asombro, ya que, una brusca desconfianza hizo presa de mí al momento de advertir un fallo de cálculos en mis presunciones; una lectura equivocada o quizá desviada de los acontecimientos que lograron conducirme hacia un desenlace que se advertía como una trampa, pero del que era demasiado tarde para poder escapar.



Esta película activó mis sentidos para explicar, desde la humildad de quien ha tenido vergonzosas y accidentadas experiencias con este género literario misterioso y esquivo, cómo funciona el arte de construir un cuento, porque de mis inacabables depuraciones algo afortunado debía rescatar.
Hay un tren que conduce al escritor hacia cualquier camarote que él elija para tripular su historia en tanto tenga claro cuál es el destino de sus personajes (aunque siempre se lo reserve) en este vasto recorrido narrativo donde debe existir una estación de desembarque para sus lectores; esos polizones inhóspitos de las historias convincentes o predecibles.
Existe una regla intransferible para narrar: aunque no tenga nada qué contar, discernir y dejar plasmado en el papel porque las ideas no fluyen con esa fuerza creativa con las que son invocadas, es menester que el escritor salga a la calle, confronte su cotidianidad o se asome a la ventana de su querella interior para poder escuchar lo que otros tienen que decir mediante ese modo inadvertido de expresar el mundo en voz alta mientras que con el pensamiento subraya todo cuanto pasa, se comunica, a través de sus sentidos. Esa frase suelta, esas conversaciones a oscuras o en plena alborada de una ciudad que se antoja esquiva, clandestina; ese telar de murmullos nerviosos o soliloquio armado por el tráfico disputándose una arteria vial entre bocinas y blasfemias mientras huye de la tranca y sus vorágines horas picos, permiten que la faena de escribir comience con incertidumbre, ambigüedad y caos –es cierto- pero también con un entramado de posibilidades que irán dándole forma a una historia que involucra infinidad de interlocutores invisibles a su propio destino, pero latentes al lugar que ocuparán en el relato sin tener la más mínima idea de ello (y de eso se trata); escribir pensando en ese lector ideal, en ese personaje fantasma, desconocido, que está al acecho de un final que, paradójicamente, no se espera demasiado, es decir, la estructura bien pensada, maquinada, de un cuento que logra conquistar a los lectores en distintos retos donde perder las apuestas resulta una acción satisfactoria, gratificante. Es así como el cuento va armándose pieza por pieza conforme a la simulada ingenuidad o trazo novicio de esas primeras líneas que expone el escritor de manera aparentemente absurda pero con intenciones deliberadas; como un hecho servido en la bandeja de las emboscadas donde el desenlace aparece de manera fortuita porque se añeja en la barrica de un secreto próximo a descorcharse.



Y eso precisamente es el cuento: una confidencia pactada con extraños; una comunión entre máscaras que al final desnudan sus identidades en un cruce orgiástico donde todos los personajes se encuentran pero ignoran las circunstancias comunes que los une; una tragedia convertida en anécdota que consigue solapar todas las conjeturas lectoras. Un final que siempre se avecina, pero que pospone con cada nueva línea, tachadura o frunce de papel su afanada meta.
El cuento manifiesta un desenlace que remite a sus orígenes, al punto de partida de una historia que siempre regresa para atar cabos y señalar todos los posibles blancos que fueron cubiertos y eran susceptibles al ojo lector que siempre se mantiene alerta cifrando esa escritura que escucha, entona y siente como suya.
En tal sentido, un relato debe contener un secreto expectante mas no lleno de expectativas (que no ateste de moralejas ilusorias al lector, sino que lo invite a la reflexión) y el cual debe ser revelado como el ritual de un sueño: fijando su atención más allá de los límites de la realidad pero sin abstraerse de sus fronteras y donde el despertar lo pueda conducir a otro sueño en el que sus personajes se hallen al filo del insomnio, su obstinación y pesadilla. Como quien tira dardos sin buscar dar en el blanco porque lo único importante es la trayectoria que elige pulsar; ese trazado invisible, narcótico, que conduce al lector a ningún lado y a todas partes, puesto que, la historia no viaja en línea recta; busca sus relieves, matices, y los aprovecha para poder contar una hecho que vaya madurando conforme se atreva a mutar, cambiar de piel (lo mismo que contexto) y se refleje en una realidad activa mas no pasiva de cuya voz sintáctica se valga el lenguaje para captar el interés, la curiosidad y perspicacia de los lectores ¿De qué manera? cambiando el orden previsible de los hechos, dejando pistas falsas, variando los ambientes, alterando el tiempo y las voces narrativas, encubriendo las emociones de sus personajes, recreándose en la intertextualidad no como imitación, sino estratagema que se mofa de la verosimilitud y originalidad para versionar una historia que siempre será la innovación de su antecedente; valiéndose de un alegórico caos que oculta sus agudas secuelas; esas sentencias profundas que dejan en vilo a los lectores los cuales inútilmente buscarán respuestas en un género literario que promulga interrogantes, abre paréntesis, se balancea en exactitudes, no da chance a ninguna tregua traducida en puntos suspensivos.; en síntesis, abierta a lo irrecuperable, a ese carburante bien medido de las palabras.



Y es que el cuento es la gran ciudad donde la novela construye sus discursos sociales. De allí que la brevedad sea su fuerte porque coquetea con la extensión milimétrica de lo que tiene que revelar jugando con las vivencias cronometradas de sus personajes. Un buen cuento –como toda tradición oral- debe manejarse en términos de precisión y concisión; saber medir lo que se dice y cómo se dice sin rebosar ni darle muchas vueltas al asunto. Un cuento, por tanto, debe maquillar las estrías, borrar las posdatas, aniquilar las notas al pie de página, evitar dar explicaciones que sólo se excusan con sus lectores.
El cuento es una gran hoz literaria enemiga de las frases redundantes, excedidas, barroquistas, atestadas de jactancias. Si algo rescata el cuento es el humor, su carácter fabulador sin llamadas de atención ni lecciones moralizantes, quizá sí para desafiar nuestra tolerancia en un mundo donde la ficción es cotidianidad -y viceversa- porque tiene la capacidad de distorsionarse. No busca hacer del lector una mejor persona, aunque se atreva a abrir sus venas para dejar fluir esa extraña sensación de ser partícipe de una historia que ya le estaba predestinada. Mover emociones; hacer de la vida un nuevo intento de fuga, extravío, retirada, es lo que se conoce como perplejidad, conocimiento. Y si la historia provoca vértigo, estamos frente a un cuento; esa imposibilidad de accederlo a todo y que, paradójicamente, forma lectores ideales e historias brillantes, nostálgicas, duraderas.
Quizá el cuento sea esa senda donde la observación encuentra su cuadrante ideal para retratar un paisaje, una ciudad, unos y otros transeúntes divisados desde diversas perspectivas donde todo es diferente según la lente microscópica con que se divise una realidad que nunca es idéntica a otra. Todo es cuestión de izar las velas de la historia sin perder el rumbo de su travesía; haciendo del lenguaje el timón narrativo para pulir un estilo donde lo estético sea un verdadero goce de la imaginación y no un universo de puntos y finales. Un homenaje a lo que no debe pasar inadvertido mientras se escribe inspirados en la constancia, concentración y talento: la agudeza visual traducida en palabras y sensaciones; el pálpito de reconocer en la mirada contextual infinidad de imágenes para construir relatos que nos sigan sorprendiendo, urdiendo intrigas, descubriendo otra historia oculta dentro de una historia explícita; situando al lector y sus personajes en una encrucijada, en ese cruce tentativo de las opciones causales.; en síntesis, aniquilando las falacias de la monotonía.