BIENVENIDOS

Para los amantes del arte, de la producción, contribución, el sentir, la reciprocidad.; el propio manifiesto de las palabras, su hacerse contemplativo y la lectura de ideas. Un espacio para encontrarse, reencontrarse y perderse en el retorno. Un lugar ideado para la expresión sin condicionamientos ni tabúes...

sábado, 8 de enero de 2011

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La rana encantada: Talleres

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miércoles, 5 de enero de 2011

CHANCE


“Hoy es un buen día para acomodar mi desván de sombras; la estantería de soledad ...es enumeradas por orden alfabético. Lindo comienzo para entrar en el túnel buscando la salida hacia el laberinto”

lunes, 3 de enero de 2011

La gruta de la ficción. En torno a la obra de Gustavo Valle titulada "Bajo tierra"


“…Una bruma espesa se levantó de las llanuras

Hacia las regiones altas, colmando el fondo de

Los valles de Caracas. Los vapores, iluminados

por arriba, tenían un color uniforme de un blanco

lechoso. Aparecía el valle como lleno de agua, y

se hubiera tomado por un brazo de mar cuya

ribera escarpada formaban las montañas adyacentes”

Fragmento de la obra “Viaje a las regiones equinocciales” de Alejandro de Humboldt.

Cita extraída del texto ”La ciudad y el deseo” de Federico Vegas. Ensayo: “Las lecciones de Humboldt”. Págs. 143-148

La lluvia empoza sus lágrimas en los corazones inéditos de quienes contemplan la gracia de su letal obra desde las ventanas empañadas de sus recuerdos corrosivos, los cuales ingenuamente confían en que un hecho históricamente lamentable jamás habría de repetirse si la memoria ha sido encapsulada con el transcurrir de los años y el analgésico proceder del olvido. No obstante, la desidia no permanece mucho tiempo en remojo amnésico sin que a alguien se le ocurra baldear sus escombros y evidenciar lo poco o nada que queda de los remordimientos y el yugo de la conciencia que siempre se presenta de manera impertinente, desprevenida, sin techos ni paraguas que la socorran.; momentos donde la desidia comienza a facturarle gastos a la espera.

La gente busca refugio contra el llanto, la calamidad, el vendaval de la zozobra. Alza la vista con los ojos enmohecidos de consuelos fieles a la esperanza por encontrar un cielo nítido y despejado en medio del desbordamiento emocional que se vive y subsiste bajo tierra, en la soez de un mundo donde la vaguada lo arrastra todo desde la superficie, en las huellas fangosas impresas por sus habitantes, pero cuyo hipocentro fluvial tiene realmente lugar en las entrañas de los cerros, las catacumbas roñosas de los túneles caraqueños cuyos pasadizos de secretas aguas van devorando en silencio calles, viviendas, locales públicos.; arrastrando consigo gigantescas rocas, ramajes, árboles extirpados de raíz, artefactos eléctricos.; en síntesis, convirtiéndolo todo en sedimento y fosa enlutada de fallecidos. La Pompeya moderna inmortalizada en los hogares de familias que construyeron sus vidas siendo damnificadas de prejuicios y traiciones, encontrándose desaparecidas, ahogadas a la suerte de una existencia que siempre les cancela su dignidad con pagarés sin fondos, en medio de un alud de desgracias ancestrales, visionarias donde el progreso es sólo una retórica más de nuestras propias carencias sociales.

La suerte no se prevé ni se negocia; sólo ocurre, arriesga su rancho y parcela a merced de perder la apuesta y luego someterse al soborno ofrecido por la madre naturaleza: la de seguir subsistiendo en la favela de sus faldas, amamantados por el porvenir tapiado que les espera en las laderas ondulantes de un lago interior conocido como el valle de Caracas.

La obra de Gustavo Valle titulada Bajo Tierra (Norma; 2009) —ganadora del Premio Bienal de Novela Adriano González León en su edición 2008 y del Premio de la Crítica a la Novela 2009— nos relata, entre sus múltiples facetas inventivas, la historia causal de la tragedia de Vargas, pero desde una instancia inversa a sus fatídicos acontecimientos, puesto que, lo que realmente narra esta novela es el naufragio de una ciudad que no conoce otra balsa para salir a flote que la erigida desde adentro, en el interior de una placenta montañosa, en la matriz de unos túneles guiados desde las ruinas de un hotel que habrían de conducir a sus protagonistas -Sebastián, Gloria, Malawi- hacia unas grutas preñadas de alimañas, indigentes, excrementos, fósiles e infinidad de correspondencias que jamás llegaron a su lugar de destino porque en el oráculo de la supervivencia toda sospecha trae consigo un fatídico desenlace; porque bajo tierra el misterio es sólo una linterna de la duda, una hipótesis aventurera, la incógnita por develar los casos sin resolver del pasado en compañía de sus fantasmas oníricos presentes.

La realidad es una garúa ficcional sorprendente en la que sus protagonistas se internan en un mundo subterráneo escondido entre las piernas de una Caracas falaz, sombría, donde lo desconocido resulta temerosamente familiar, cercano a unos afectos caducados con repuestas inverosímiles a interrogantes que jamás fueron formuladas, pero que habrían de conducirlos hacia un desenlace fantástico donde la búsqueda no es más que otra ruta para perderse; la caverna asfixiante, nauseabunda para entender que todo cuanto ocurre en la superficie no es más que una manifestación interna, el reclamo sísmico, la ópera macabra de una ciudad inundada de yerros, exclusiones, pobreza.

Gustavo Valle nos refiere con detalle, delicadeza, parsimonia expectante y gran maestría en su prosa, la vida de Sebastián y su trauma infantil por no comprender a ciencia cierta el paradero --¿o muerte?-- de su padre quien se desempeñaba como ingeniero civil en las obras públicas de los túneles de Caracas y tras una sacudida de tierra, el desprendimiento de los cerros terminó sepultando los sueños de todo niño que desea compartir la suerte heroica de un progenitor ilustre y respetado. A partir de entonces, este joven conoce en la Facultad a Gloria quien secretamente en silencio comparte la misma inquietud y sobresalto afectivo de Sebastián dedicándose a indagar, descubrir en los rostros más sucios, transpirados y malolientes de Caracas el semblante deshecho, desvaído de un padre que quizá la abandonó, huyó o fue secuestrado por la propia vida mediante la puesta en práctica de una obstinada misericordia y vana empatía hacia el prójimo en esa tardanza del deseo por encontrar consuelo para la ofuscada impotencia que la roía día y noche: los remitentes sin respuestas; el silencio de unas cartas que esclarecerían una ausencia, ¿asesinato? o la irreconciliable muerte que se comportaba muda con ella.

Es Malawi quien ofrenda todas las respuestas; un mendicante espectro que deambula por las calles de una ciudad que esclaviza la ingenuidad como anzuelo sometiéndolo a la deshonra; una urbe que a través de su infecta garganta se traga la vida, patrimonio y herencia ancestral de toda una tribu que emigra junto con él -un chamal venido en desgracia- hacia la sordera de una ciudad que sólo escucha desde abajo, al fondo de sus intestinos, vociferando en ecos, excluyendo a sus sobrevivientes de la palabra que nombra, la que designa destinos, traza senderos, conoce la salida de sus laberintos, para finalmente llegar a convertirlos en seres sombríos que leen el mundo al revés para enderezarlo; en parábolas de una lengua incompresible que como las corrientes indomables, embravecidas de los ríos que buscan su cauce destruyéndolo todo, de la misma manera los indigentes que viven abajo, en los arrabales del subsuelo escrutan desahogar sus furiosas tristezas incomunicando a quienes “desde arriba” esperan explicaciones sometiéndose a las bufonadas semióticas del tiempo. La pérdida de la identidad es un quebranto cultural insostenible que sólo es capaz de resarcirse negando, obviando, privando la igualdad social del otro. Es la Caracas que no le tiembla el pulso cuando de amedrentar, disparar, fusilar, se trata; la capital de lo obnubilado.

No es la crónica o morbo periodístico, historicista la que habría de incentivar al lector a encontrarse con esta obra, sino el arte ficcional, literario, de cómo los personajes se desembarazan de la pluma de su autor para recorrer sus respectivos destinos solos, sin la ayuda garante de lo premeditado, sino con el asombro de lo inadvertido; similar al deseo del chiquillo por soltarse de la mano atajada de sus progenitores para poder correr hacia un destino incierto que posteriormente la libertad, curiosidad y experiencia habrían de indicarle el camino a seguir entre amalgamas de tropezones y aciertos.

¿Cuántas vaguadas sufre la ciudad cotidianamente? ¿Qué lejos o cercanos estamos de la tragedia de Vargas? ¿Cuánta ironía se halla en el rostro poético de una ciudad cuya pragmática sigue siendo la exclusión, abandono, violencia? Las respuestas a éstas y otras interrogantes la encontrarán en esta obra o quizá ninguna de ellas hagan falta para comprender el deslave emocional y contextual que todos llevamos dentro.