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Para los amantes del arte, de la producción, contribución, el sentir, la reciprocidad.; el propio manifiesto de las palabras, su hacerse contemplativo y la lectura de ideas. Un espacio para encontrarse, reencontrarse y perderse en el retorno. Un lugar ideado para la expresión sin condicionamientos ni tabúes...

viernes, 13 de febrero de 2009

Radiografía de mi Sylvia


Homenaje al escritor venezolano Valmore Muñoz Arteaga

Sylvia enviste sus andares en escamosas huellas hacia el olvido dactilar de tu nombre. Toda ella es cariátide del recuerdo; pérfido santuario de sombras que juega a saberse herida, simulada, convaleciente mientras se bifurcan las ansias del otro por yacer en los litorales de sus pechos, en las savias de sus fluyentes costas vaginales bebidas, saciadas, contenidas en la boca de quien osa nombrarla con esa fe maldita de poseerla en la obnubilada invención de su memoria donde el tiempo es sublime, amnésico a la pandemia de volver a reencontrase en esas temibles horas marcadas por la espera…
Sylvia despabila el insomnio, cuenta los tórridos gemidos de sus amantes empañando la letanía de sus transpiraciones; se ríe, goza, se silencia en ausencias multiplicadas por la volubilidad de su cuerpo que amamanta ninfas y dubitaciones; que ornamenta movimientos serpentinos, arremolinados en marejadas deseosas de placeres que no detienen su agitar violento –por el contrario- continúa su borrascosa irracionalidad contemplando la alucinación de un amante prensado a sus enigmas; interpelando con ojos adormecidos como demonios un orgasmo de paria siempre extranjero, prófugo, a la yerma esclavitud de dos cuerpos que se divorcian de sus almas desnudándose con el cáliz de sus sangres esparcidas en un pacto lacrado de ecos, blasfemias, promesas y traiciones donde la palabra es, fue y será un compromiso incierto que apuñala los deseos de quien en medio de su impotencia se cree con derecho a la ofrenda ajena; al sentir clandestino, a la oscuridad que tensa la aurora; a la levitación clarividente de la noche que encuentra su arrecife de lágrimas y desconsuelos en ella, la mujer, el demonio, el rostro bizarro.; simplemente Sylvia…
¿Qué lengua habláis, Sylvia? ¿Cuál será el arameo de tu voz y el pergamino de tu cuerpo? ¿Qué jeroglíficos palpitantes desdibujáis en mí con la pluma erecta de mi miembro que va marca sigilosamente la esfinge de tus tormentos; la muralla de tu sexo en espiral, acordeón, carcomido en llantos poéticos de un dolor que acompaña el transitar de una entrega siempre pospuesta; jamás advertida en invitaciones…?
Y eres un capullo, Sylvia, que se abre a la lóbrega profecía que empaña tu vientre, tus formas, tus andares, tus senderos abiertos al polen emanado de tu sexo en penetraciones; al néctar salivar que succiono enloquecido en todos los orificios donde el placer convida sin venia, sin renuencias, cediendo al juicio final de la muerte; el último festín de la entrega.
Y trepo a tus ramajes, Sylvia, columpiándome cual trapecista alucinado que encuentra el otoño de sus ansias y el invierno de tus pretensiones. Te deshojo, mujer, cierro los ojos y uno a uno abro los pétalos que marcan la primavera de tus muslos, el renacer de tu cuerpo dócil e indomable a la vez; y te ríes como pérfida hiena mientras el amor se suicida clavándose en un bar de esclavos y ruiseñores; siento el látigo de tu sexo flagelando el mío en un ritual profano donde repudiamos la imagen de Dios alguno, sólo el que tus labios conocen tendidos en la cama, en el cobertizo de nuestros insomnios, envueltos en el humo de un cigarrillo encendido como lámpara asfixiante de una habitación decorada como antesala hacia el purgatorio. ¿En qué círculo estará mi alma, Sylvia? ¿A qué paraíso infernal habrás emigrado sin conocerme?...
No sé en qué ermita alabarte y cuál mausoleo ofrecerte. Hoy, te veo frente a mí invisible, celada, pacida en soledades, taciturna como es tu trajinar sosegado de rincones en donde la noche se esparce risueña y el día fallece como el fénix. Me miras de espaldas y sonríes una cicatriz tatuada de mi nombre, ése que jamás recuerdas aunque lo pronuncies en súbito coraje de olvido renuente. Y ese desdoblaje tuyo es el que más amo, Sylvia: borrándome de la memoria para darme la oportunidad de escribirte de nuevo, de inventarte, acomodarte, poseerte en ese escritorio junto a la ventana, en la celosía de unas cortinas que danzan con la partitura del viento donde alguna vez fuiste mía entregándote al último cuerpo, donde siempre hubo una primera vez para amarte, odiarte, extrañarte y lanzarte al tacho de los recuerdos…
Quiero dejar de escribirte, Sylvia, pero prefiero ensayarte, desencontrarte, desconocerme...

Atamaica Mago

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