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Para los amantes del arte, de la producción, contribución, el sentir, la reciprocidad.; el propio manifiesto de las palabras, su hacerse contemplativo y la lectura de ideas. Un espacio para encontrarse, reencontrarse y perderse en el retorno. Un lugar ideado para la expresión sin condicionamientos ni tabúes...

domingo, 3 de abril de 2011

El regalo de Pandora (Ánforas de la vida) del escritor venezolano Héctor Torres

“Concluí, viéndola, que una mujer está realmente desnuda sólo

cuando está descalza, y que es intrínsecamente hermosa

sólo cuando se desnuda de la cosmética”

El regalo de Pandora. Pág. 121


Una fotografía descorre el telón narrativo. Una imagen tallada en claroscuro. La luz se filtra densamente desde un punto de fuga perpendicular a la persiana. Una habitación -¿o quizá camerino?- adornada con toda clase de reliquias puestas encima del tocador como estatuillas en desorden que desempolvan la memoria de un santuario soñoliento; en esa intimidad inquebrantable de la soledad que aprisiona corazones.


El dorso desnudo de una joven (de cabellos brillosamente azabaches) muestra una sombreada hendidura que viaja en descenso hacia un destino que, como los grandes tesoros escondidos, se marca con una “X” para luego excavarse por el mero placer de poder enterrarlos de nuevo. Los ojos semi cerrados, ciegos a la sospecha de sentirse observada; seniles a la seducción que provoca su reflejo ante el espejo, y cuyos bordes de estampillas, fotos y demás enseres sagrados van atenuando cada vez más su presencia ocultando la simetría de sus facciones; dispersándose, al igual que los objetos, por toda la atmósfera de una alcoba cuyo foco de atención se centra en el espejo, los guantes, sus frascos y pócimas; sus brochas, esmaltes y lociones; prendas e indumentarias colgadas en perchas levitando en un paisaje donde el zoom de la lente no alcanza su enfoque. Una mano sujeta al estuche que abre sus secretos, que desmaquilla su cosmética hermosura quitándose el antifaz para guardar el resto de sus trampas y enigmas.


Prevé su salida a escena. Omite cerrar la caja. Pandora está libre, prófuga a los deseos que despierta. El mito se hace carne para ser contado reviviendo todos sus dones y males citadinos.


“El regalo de Pandora” (FBLibros 2011) es la nueva obra narrativa del escritor venezolano Héctor Torres (Caracas; 1968) el cual nos entrega diez historias donde una prosa expectante, versátil, aguda, con óptica y maestría en su construcción sintáctica y en el modo de presentar y recrear los distintos contextos que la envuelven, da la bienvenida a unos relatos hedonistas donde la mujer, ese cuerpo femíneo dadivoso y azotador a la vez, recíproco al engaño y sus pagarés de entrega, vuelve a ser la gran protagonista en una ciudad que reencarna dentro de ella con dolor y angustia; con locura, placer, violencia, desenfreno, transpiración, melancolía, espasmo.; y que sólo la sensibilidad femenina es capaz de exorcizar cuando la mente racional, en su infatigable búsqueda de conquista y constatación de sospechas, va quedándose sin argumentos cayendo víctima de su propio chantaje viriles.


Héctor nos ofrece diez maravillosos relatos donde la mujer prescinde de su postura deudora aunque no así de su condición demandante, incomprendida, claustra, recelosa; de orfandad y abandono lúcido para así poder soñarse en todas partes, en otros tiempos y espacios donde la anécdota pasada constituye un presente demorado, un porvenir que no se olvida y del cual se huye constantemente. Y es que las mujeres de Torres -las que retrata con esa escritura ensoñadora plasmada en el lienzo de vivencias de quien sabe escuchar con atención y palpar delicadamente- son personajes que se distancian, que se desprenden de los brazos de sus amantes para contemplarse lejanas, pensativas, llenas de interrogantes más que de respuestas; sumisas pero jamás domesticadas, excepto cuando el amor doma sus bríos; cuando la decepción las galopa por sorpresa hurtando esa ilusión de la que siempre se halla petrificada al faro del muelle, esperando a orillas de una isla su embarcación, rescate o naufragio. Mujeres que avivan su llama interior para apagar la hoguera de los hombres; esos sujetos desconcertados que claman la furia de una felicidad que se les presenta esquiva, quimérica o inconforme.


Son relatos donde las mujeres denuncian sus silencios; voces apenas perceptibles –especie de banda sonora-- en cuyas resonancias se escuchan, lloran, divagan, sueñan y sonríen mofándose de y entre ellas mismas de los múltiples espectáculos que da la vida cuando ofrece boletos gratis desde las gradas. Mujeres de roces inusitados; impredecibles e imprescindibles, de naturalezas al viento, cómicas, perspicaces, infinitas e imposibles. Por esa razón causan temores y paranoias en los hombres, ya que, únicamente pueden poseerlas en lo efímero, en esos encuentros fugaces donde una próxima cita garantiza la revelación de un secreto, la agonía de despertar en una ficción de la realidad o su pesadilla inconsolable.


El inicio, desarrollo y desenlace de cada una de los cuentos que compendia esta obra, son una oscura benevolencia sin posdata; un giro inesperado de los acontecimientos que frena cualquier tentativa de predecir lo divertido y emocionante que resulta perder las apuestas cuando sin saber porqué sentimos que hemos ganado. Héctor es un escritor que juega con el lector; le hace guiños, coquetea con sus impresiones dejándole migajas de pan para que siga un camino de súbitos acontecimientos en los que de seguro también transitan “las hormigas”, diminutas mirmidonas de alimentos.


Así, por ejemplo, nos topamos con una regadera cuyas gotas nos recuerdan que el amor aparece y se desvanece pero nos deja siempre empapados de su suerte y demencia; que soñarse fuera de Caracas es buscar entre los escombros –como quien hurga un basurero-- ese hallazgo de salvación en el que las causas de felicidad no se den por vencidas; un incesto que desconoce el pecado y adopta el sacrilegio como modo de amar; un condominio cuyos propietarios fingen estabilidad, armonía, valiéndose de una vida enjabonada de shopping y spinning; un alma faustiana que se entrega dócilmente a la curda del placer y sus desengaños; un triángulo afectivo que se convierte en escaleno abriendo sus ángulos hacia la omisión de unas ‘reglas de oro’ fuera de juego; la posibilidad de narrar en sueños la impotencia de una realidad en la que los “tigres hablan, muerden y sienten orgasmos al devorar a sus presas”; el catarsis tarareo de un hombre que con machete en mano blandea su alucinación y amargura sobre los cuerpos de unos infortunados que le recuerdan a su ex mujer; la bitácora de un taller donde “las nubes con sandalias” hacen una equis en el mapa de su empeine.


Cada relato es un ánfora; una vasija llena de aciertos, desatinos y contradicciones.


Quizá la vida no se destapa ni se descorcha; sólo hay que derramarla, verterla (se) en ella como la última gota de licor dulce que recorre nuestra seca garganta. Un recipiente destinado al amor y la esperanza. Una Pandora que espera ser contada en el paladar de sus catadores lectores.


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